Conmigo creciste...
Llegaste un día de verano, eras pequeño y gracioso, frágil y temeroso.
Tu infancia y tus juegos duraron poco, pero yo los compartí contigo; volvía de la escuela corriendo para estar contigo, ¡ eras tan pequeño ¡…
De pronto, con el paso del tiempo, me dí cuenta de que habías cambiado, tu mundo era otro, ya no jugabas, te sentías cansado y tu mirada era triste, pero tú no decías nada, no podías. Ahora sólo querías descansar, te sentías mal, pero no hablabas, no podías, eras tan bueno, tan noble…
Nunca pensé que te vería morir, tú nunca me avisaste de que tu tiempo se acababa, no me dijiste que estabas sufriendo, y sufrías; ahora lo sé bien, debí suponer que algo estaba ocurriendo desde aquél día en que ya no quisiste jugar conmigo… pero tú no me hablabas, no podías hacerlo.
Te fuiste un día de verano, tras cuatro días de sufrimiento, te fuiste; tú, mi mejor amigo, mi compañero en soledad, mi compañero en los juegos de verano y en los inviernos lluviosos, en los que tú y yo compartíamos nuestra soledad, tú en tu letargo, y yo, envuelta en libros.
Adiós, mi querido amigo, mi amigo y mi compañero; aunque para todos sólo fuiste un perro, para mí no fuiste sólo eso: no te olvidaré. “Rus”, (mi perro, que vivió junto a mí durante toda mi infancia...)