...Y por un instante en la biblioteca sin despegar mis pupilas
de la hoja, cuyas letras se emborronaban y se enredaban entre ellas por la
dificultad de la comprensión y por el cansancio que llevaba acumulado días
atrás, me sentí como en casa; qué sensación tan grandiosa sentirse como en casa, ¿qué lugar mejor que ese? , ese
lugar frio en invierno pero a la vez cálido, ese lugar caluroso en verano pero
a la vez fresco. Dime, qué mejor lugar que ese, ¿verdad?. Que a cualquier pequeño
problema tienes una solución, que cuando tengo
frio no dudo en coger mi manta preferida y cuando tengo calor en
enchufar el ventilador.
Qué importante es valorar un hogar y qué triste es tener
miedo a la soledad. ¿Cómo se puede tener tanto miedo a esa palabra de 7 letras
aparentemente inofensiva?, no sabría responderte, solo sé que no me llevo bien
con ella por muy amable e inofensiva que parezca, incluso dulce al pronunciarla, parece dulce.
Me sentí como en casa al escuchar de fondo el zarandeo de
las bolsas de basura que la señora de la limpieza estaba manipulando detrás de mí; sí, esa sensación de hogar se introdujo en mí y no pude resistirme a despegar de
mis mejillas una sonrisa inocente. Sentí
aquel calor de hogar, un calor causado por fricción como si de unos
brazos se tratara, arropándome con todo su cariño…así es, como en casa, como si
fuera mi madre aquella señora manipuladora de bolsas.
Me recordó a aquellas tardes que estudiaba en mi pupitre, y
mi madre de vez en cuando entraba a la habitación y me recogía sutilmente los
“trastos”, sutilmente en ocasiones, ya que en otros momentos mostraba su genio
recogiendo el cuarto con cierto cabreo y desparpajo sumándose algún murmullo
que otro diciendo “!ay,de verdad esta chiquilla que desastre¡”, pues en aquel
instante que la escuchaba trasteando detrás de mí también se me escapaba alguna
sonrisa que otra ya que me sentía arropada, como que tenía alguien ahí que me
cubría y me protegía del exterior y de cualquier problema que me pudiera
perjudicar, porque sabía que me daba todo, todo lo que tenía sin pedirme nada a
cambio, ¿qué mejor acto que ese?: ninguno. Ahí se ve la transparencia de
las personas, la humildad y generosidad que solo una madre puede ofrecer.
Sí, es cierto, no lo puedo negar, cualquier sigilo,
murmullo, imagen o resplandor me recuerdan a ti, lo asocio a tu alma, a tu olor
y a tu tacto, puede ser que seas “TÚ” la que me trasmitas todas esas señales,
como un toque de atención para que sepa que estas aquí, aquí a mi lado, para
que no me olvide de ti. No lo sé, no puedo asegurar que sea “ELLA”...
Pero,¿Qué ella?. No lo sé, ella a la que tengo tanto miedo o “ELLA” a la que elogio. No sé si es la propia soledad la que me hace ver todas estas
“pantomimas”, porque si fuera la soledad la que realmente me crea esas
sensaciones de calor de hogar serian “pantomimas”, y me hundiría en la
tristeza si fuera así , no creo a la soledad, no me parece sincera ¿por qué es
tan cruel?.
O por otro lado, no sé si es “ELLA”, ella la bondadosa,
transparente, cariñosa, si fuera ella estaría más cerca de la felicidad,
más cerca, rozándola con la yema de los dedos, pero no la felicidad absoluta, esa
felicidad es ya inalcanzable para mí, esa felicidad forma parte de mi pasado
pero no de mi presente ni futuro. Esa felicidad me la regalaba “ELLA” sin
pedirme nada a cambio y ¿qué mejor acto que ese, verdad?...
>> Escrito por Jessica Sotos Navalón - 2012